Estaba él parado, esperando no se que, no le pregunte, no
me interesaba, solo me perdí en su mirada y en sus labios que me hacían alucinar.
Me acerqué a saludar escondiendo con una sonrisa todas las
perversidades que pasaban por mi cabeza, que sería capaz de hacer en ese
momento, no le temería nada, me arriesgaría sin importar que él se quede con mi
alma.
Un saludo cálido y un abrazo que duró lo que duran mis
labios al producir sonido alguno, pero el tiempo se detuvo ahí, era su piel, su
olor, su cuerpo que me hipnotizaba, era el roce de su camisa planchada que me
derretía por dentro y me vaporizaba el cuerpo.
¿Cómo estás? Fingiendo las tensiones que estaba sufriendo mi
cuerpo en ese momento, eran sus ojos que se me quedaban mirando que hacían que
deseara tener dentro todo el deseo que solo él puede poseer.
Se sentía en su voz la lujuria misma de haber sentido mi
piel… “con ese perfume me dan deseos de quedarme cerquita, es una maravilla ver
como un olor excita y alimenta la llama que siempre se mantiene viva”. Eran
esas palabras lo que quería escuchar, para lanzarme a pecar, sin sentir la
culpa de que no debía pasar.
Acercamientos para decir un adiós que no queríamos que
llegara, roces de mejilla, mis manos que se perdían en su nuca, sus manos que
se apoderaban de mi cintura, y sus labios que se encontraban con los míos, era
el sabor exquisito del pecado mismo... ¡Con cuantas ganas nos besamos! Eran
besos largos, cortos y otros que sencillamente se perdían en los gemidos.
Bailábamos al compás en que nuestros cuerpos se coordinaban
para compenetrarse de alguna forma y convertirse en uno, era un baile lento,
tranquilo, pasional y exótico… No quiero despegarme, no ahora, no quiero
quedarme con las ansias de sentirte de lleno hasta perder la calma, quiero que
me penetres y encuentres la razón de mi alma.