Estaban desnudos, él era todo lo que se imaginó, su cuerpo terso y musculoso que formaban el camino perfecto para cada gota de sudor, sus ojos pequeños que brillaban de deseos al sentirla cerca, ¡que decir de sus caderas!, esas que tenían un va y ven que enloquecía a cualquiera.
Su cuerpo desnudo era una obra de arte, sus brazos fuertes que la apretaban en plena acción, sus muslos tan definidos capaz de aguantar el peso de su cuerpo mientras hacían el amor.
Era su espalda la forma perfecta de recorrer a besos húmedos, desde la nuca hasta la parte baja, no había desperdicios cuando él delante de ella se desnudaba.
Su pecho que se tensaba con cada caricia suya, lo besaba en la boca para bajar lentamente y llegar a su cintura, se perdía en su ombligo, ya que tenía el sabor exquisito de todo lo vivido.
Era su desnudez que la humedecía, sus dedos largos tocaban cada parte blanda de ella y era eso lo que hacía que se quedara sin fuerzas.
Virilidad entre sus piernas que se endurecía cuando se entrelazaban, no importaba si era lunes o un sábado en la mañana, él desnudo era su droga y su fantasía jamás contada.
Es que su cuerpo era deseo, lujuria y pasión, que se saciaba solo cuando ellos estaban juntos en la misma habitación.
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